


Santo Domingo:- ¿Aquí hay negros? Preguntó el guardia de tez morena, al conductor de la guagua que transportaba pasajeros desde los pueblos de la región Sur hacia la capital dominicana en la mañana de este viernes.
El militar, fusil en mano, repasó con su mirada el interior del autobús repleto de personas color oscuro que con naturalidad asumieron la requisa. “Está bien, si no hay haitianos puede irse”, le dijo el agente al chofer, un típico criollo cuyo rostro lucía sintetizar su herencia africana.
La escena se produjo en la autopista 6 de Noviembre, justo después de la estación de peaje, donde una patrulla del Ejército detenía a todos los vehículos que por allí cruzaban.
Como si fueran chivos, vacas o cerdos tres jóvenes indocumentados permanecían atados sobre la cama de una camioneta blanca, a la orilla de la carretera, al sol, sin que sus captores cayeran en la cuenta de que se trataba de personas.
“Órdenes son órdenes”, exclamó uno de los reclutas cuando se le preguntó el porqué los indocumentados permanecían amarrados.
Un oficial de Migración hacía el papel de supervisor de la redada; su función era la de servir de contacto entre lo que sucedía en el terreno de los hechos y un supuesto coronel que daba las órdenes desde su despacho. El oficial se negó a identificarlo, se limitó a enumerar sus rayas.
Las manos de los jóvenes atadas con una soga rojiza lucían maltratadas por el trabajo. Turbados por el miedo los tres expresaron que trabajaban para Carlos Castillo, senador de la sureña provincia de San José de Ocoa y ex cónsul en Haití.
De súbito un hombre fornido, bajito, moreno, apareció en el lugar reclamando la entrega de los “amarrados”, de aproximadamente 30 años cada uno. El oficial de Migración le pasó su teléfono móvil para que hablara con el susodicho coronel.
El hombre de baja estatura que fue a buscarlos confirmó que los inmigrantes eran trasladados a desmontar en un supermercado capitaleño, una carga de aguate cosechados en una finca del senador ubicada en la zona rural de San Cristóbal.
Aunque no quiso revelar lo conversado, el capataz dijo que fue convidado por el coronel a su despacho para buscarle una “salida” a la situación, no sin antes confirmar que los tres inmigrantes eran parte de una manada de “jornaleros” agrícolas mantenida en la finca de aguacate del senador Castillo, quien antes de ganar las elecciones de medio término en Ocoa se desempeñaba como cónsul general de